The SOS we love

Fotografías: Equipo Helmet / Texto: srhelvetica
(Nota: este artículo es una adaptación libre de varios artículos publicados originalmente en The Songs we love)

Kiko Amat // Foto: Chema Helmet
Kiko Amat // Foto: Chema Helmet

Viernes: peleas en Sant Boi, lírica motorizada y machos alfa en estampida

La edición 2014 del festival SOS 4.8 empezó el viernes con la “conferencia” (un tío hablando, apuntes sobre un atril, un tema más o menos acotado: vamos a llamarlo conferencia) de Kiko Amat, bajo un maravilloso techo de globos plateados. La cosa iba de peleas, y aunque quizás eché en falta en su puesta en escena la soltura que tiene como articulista o escritor (a punto estuve de acercarme, al acabar, para decirle cómo me río con sus artículos en Playground, pero si el de Sant Boi de Llobregat se reconoció en la charla como un cagón, yo lo que soy es un cagado, y al final no lo hice), la verdad es que tuvo su gracia y fue una buena forma de anticipar el modo en que acabaría la noche.

The Strypes // Foto: Isabel Cortés
The Strypes // Foto: Isabel Cortés

De ahí al escenario principal, donde tenía una cierta curiosidad por escuchar a los irlandeses The Strypes. Fue una buena idea: esos cuatro chavales destilan un rock pantanoso de vieja escuela que a priori resulta difícil de creer viniendo de alguien tan insultantemente jóvenes, y sin embargo ahí estaban, a sus diecipoco años, lanzando guitarrazos y solos de armónica que en mucho me recordaron a -palabras mayores- los monos árticos de Alex Turner. Al final convencieron.

El mató a un policía motorizado // Foto: Chema Helmet
El mató a un policía motorizado // Foto: Chema Helmet

De The Kooks, con todo el respeto para los fans de los ingleses, no esperaba nada particularmente excitante (así de sencillo, no son lo mío), así que me encaminé a toda velocidad al segundo de los escenarios -por importancia- dispuestos en el recinto. Allí me esperaban (es un decir: cuando llegué la actuación andaba ya por los diez minutos) los argentinos Él Mató a un Policía Motorizado

Los rockeros de la ciudad de La Plata no decepcionaron, y la verdad es que se notaba lo que la entregadísima parroquia disfrutaba de esas canciones. Brillaron especialmente las de su último disco, ese La Dinastía Scorpio que en 2012 (2013 en España, de la mano de Limbo Starr) dejaba ver el salto que habían dado estos músicos en los ocho años transcurridos desde su debut, y que incluye entre sus once canciones -por lo menos- cinco que pasan del notable.

Veamos: la música de El Mató a un Policía Motorizado (se supone que el nombre pretende reírse un poco de los que se ponen algunas bandas de rock, pero no sé si la broma privada funciona demasiado bien) puede recordar a a los primeros Interpol en la forma de acercarse a la pulsión excitada de las guitarras (ahí están para demostrarlo Mujeres Bellas y Fuertes, o como decían los carteles que sostenían tres de los asistentes entre el público: “Mujeres”.”Beshas”.”Fuertes”; o las estrofas de la estupenda Chica De Oro (os la podéis descargar aquí.  Paréntesis dentro del paréntesis: cuando llega el glorioso estribillo de este último tema, aquello deja de ser Interpol. Esos “Jenny, algún día, Jenny… / Todo lo que ves, todo lo que ves será nuestro, nena...” son, me vais a llamar obseso, puro Pulp. Cierro paréntesis dentro de paréntesis), pero por encima de la de los neoyorquinos de Paul Banks, la referencia ineludible es la de nuestros paisanos Los Planetas.

Basta escuchar esos temazos Más O Menos Bien, La Cobra o (sobre todo) Nuevos Discos para entender por qué J profesa tanta admiración por la música de la banda argentina: tan concisos como hirientes en lo lírico, tan efectivos como emocionantes en lo melódico, los motorizados pueden llegar a ser más planeteros que la propia banda de J, Florent, Eric y compañía. Y el público asistente a su concierto en el SOS 4.8 lo sabía, y se desgañitó a gusto cantando esos himnos épicos de amor y despecho: disco y banda para recomendar.

Foto: Isabel Cortés
Foto: Isabel Cortés

Para terminar esa la jornada de viernes, y picado por la curiosidad, no se me ocurrió nada mejor que renunciar a Za! y acercarme a las primeras filas del escenario principal donde en cuestión de media horita o así iba a comenzar la actuación de The Prodigy. A ver, me explico: ni soy un gran seguidor de la banda (ni siquiera en los tiempos gloriosos de The Fat Of The Land iba mucho más allá de la inmediatez de Firestarter o Smack My Bitch Up), ni esperaba gran cosa de un grupo atascado en una fórmula algo limitadita.
Pero no sé, quizás fueron las ganas de comprobar la puesta en funcionamiento del montaje que tenía lugar sobre el escenario las que me llevaron a buscar un sitio, que conforme pasaban los minutos iba siendo más y más angosto. El caso es que me gustaría poder hablaros de lo catárticos que resultan esos trallazos en directo, de la sensación de salvajada que aún retienen los hits de los ingleses, pero si lo hiciera estaría contando sólo la verdad a medias.

Aquello no fue exactamente un concierto. Quiero decir, sí hubo canciones, pero durante su ejecución estuve más preocupado de preservar mi integridad que de la simple escucha: antes de que pudiéramos -de un rápido vistazo- constatar lo mal que le sientan a los años a Liam Howlett, ya se había desatado la histeria colectiva.
Muy probablemente, lo más cerca que un menda va a estar del pogo que robaba el espectáculo a The Pogues, o de una fiesta de skin-heads alcoholizados que escucharan sobre un escenario a Adolf Hitler, Rudolf Hess, Joseph Goebbels y el doctor Menngele tocando death-metal: una auténtica competición de kung-fu colectivo en la que me cayeron palos de todos lados, un tsunami de energía (mal canalizada) que dispersó parejas, provoco auténtica angustia entre algunas de las asistentes más jóvenes, y trasladó la fisicidad del techno-punk del trío a un sitio entre mis costillas que yo ignoraba.

Foto: Isabel Cortés
Foto: Isabel Cortés

Aguanté como un campeón, incluso cuando la cosa degeneró (aún más) y los machos alfa de la manada -esa era la sensación, la de estar en medio de una manada de búfalos en estampida- se quitaron las camisetas, permitiéndome disfrutar del contacto directo de sus espaldas sudadas. ¿Que si estuvo bien? Mmmm.. yo diría que como experiencia vital, no estuvo mal para un chico como yo, tan poco acostumbrado al peligro.

¿Que si repetiría? Ni de coña, amigo.

Y eso es lo que el viernes dio de sí ¿Más O Menos Bien, como cantan Santi (grrashiassss) Motorizado y sus secuaces? Yo diría que incluso mejor que eso, pero la vista -lo reconozco- la tenía ya entonces puesta en el festín que esperaba el sábado.


Sábado: ese día in-su-pe-ra-ble

Antes de estar situado entre las piernas de Thomas Mars -y no hablo metafóricamente- sucedieron muchas cosas igualmente prodigiosas y todas ellas en el marco de la segunda jornada del festival murciano, que empezó por ser grande entre los pequeños y ahora ya puede ser considerado, por derecho propio, pequeño entre los grandes.

Por supuesto, como en cualquier otro evento de esa magnitud, algunas cosas pueden ser mejoradas (¡e$a$ fichita$!), pero desde luego entre ellas no puede contarse la oferta musical del sábado: inmejorable. Tanto es así, que cuando llegué a las 18:30 al recinto de La Fica, y tras comprobar -una vez más- que las que consideraba como mejores opciones pasarían en el escenario principal, hice una arriesgada apuesta personal: si era capaz de aguantar ahí todas esas horas, sin moverme del sitio, presenciaría una apabullante secuencia de conciertos como pocas veces pueden verse, en segunda fila y justo en el centro.

Antes de estar situado entre las piernas de Thomas Mars -y no hablo metafóricamente- tuve que hacer mis cálculos. Veamos: conociéndome un poco, estaba claro que me acabaría dando una buena sudada, lo cual significaba que con suerte no necesitaría, ejem, ir al baño y abandonar mi cotizadísimo observatorio. Además, y esto es importante, tenía no sólo un apoyo logístico de valor incalculable para acercarme un bocata o un botellín de agua en caso de desfallecimiento, sino con la (inesperada, lo confieso) amabilidad de los encargados de seguridad, que desde el foso no dudaron en distribuir algunos botellines entre los apretados ocupantes de las primeras filas.

Damon Albarn // Foto: Isabel Cortés
Damon Albarn // Foto: Isabel Cortés

Todo se reducía a ver si era capaz de mantenerme firme en mi puesto durante todo ese tiempo, pensé que sí, y lo cierto es que me equivoqué: en cuanto acabó el concierto de Damon Albarn, las superfans de Blur que ocupaban la primera fila dieron por finalizadas sus entregadas tareas y la liberaron ante mis atónitos ojos en su parte central. En EL SITIO.
Chicas: estéis donde estéis, seáis quienes seáis: gracias. En serio. Nunca le contaré al mundo lo de vuestras conversaciones sobre los calzoncillos azules de Albarn en Hyde Park, o la erección que se le nota en no se qué concierto en DVD. Me hicisteis el tío más feliz de la tierra, y os hubiera abrazado si no llega a ser porque el espontáneo abrazo de un tío que os dobla la edad (¡con un sospechoso parecido a Freddie Mercury, además!) hubiera provocado una avalancha que ríete tú de lo de The Prodigy.

Pero no adelantemos acontecimientos, porque antes de escuchar al desdentado líder de Blur (¿no le llega para arreglarse la piñata?), y desde luego bastante antes de estar situado entre las piernas de Thomas Mars, y no hablo metafóricamente, el sábado arrancó con la actuación de los corrosivos Triángulo de Amor Bizarro. Los coruñeses estuvieron bastante bien, sobre todo si tenemos en cuenta la chicharrera que tuvieron que aguantar, y lo poco colaborativo de una primera fila a la que se le notaba demasiado (los amorosos carteles destinados a Damon y las azuladas camisetas del Club De Fans Pet Shop Boys España dejaban poco lugar a las dudas) que aquello no pasaba de pasatiempo, a la espera de platos más sustanciosos.

Tras un descansito (que aproveché como el 80% de los presentes para sentarme y leer mensajitos del whatsapp) salió Damon Albarn a encandilar por igual a las superfans y a los que veíamos con un cierto escepticismo las posibilidades de trasladar a un escenario festivalero el pop-soul tranquilo de Everyday Robots.
Mecachis, pues lo consiguió, y no sólo tirando de temas más vitaminados de Blur, Gorillaz o The Good, The Bad & The Queen, sino también dejando que la tensión se diluyera para dar paso a los elegantes temas de su album en solitario. Sonaron muy bien las delicadas Photographs (You Are Taking Now), Heavy Seas Of Love, Hollow Ponds y (es una debilidad) You And Me, y si algo dejó claro es que pese a la imagen gamberra -que apenas lograba camuflar su impoluto aspecto- el tío es un grandísimo compositor de canciones. Y encima acabó (coro gospel incluido) con Tender: de lujo.

Pet Shop boys // Foto: Isabel Cortés
Pet Shop boys // Foto: Isabel Cortés

Para darle emoción, vamos a saltarnos la parte en la que estoy entre las piernas de Thomas Mars (y no hablo metafóricamente), y voy a reconocer que me colé cuando aseveré que sonaría Love Is A Bourgeois Construct, en el espectacular concierto de Pet Shop Boys con el que un servidor dio el SOS 4.8 de 2014 por terminado.

Lo de Tennant y Lowe empezó algo flojo para mi gusto (¿de verdad proyectar un vídeo y a continuación interpretar One More Chance ocultos tras la lona era lo mejor que se les ocurrió para el principio?) pero fue ganando en intensidad conforme las ENORMES canciones del dúo se iban desgranando. Porque sí, los bailarines, los rayos láser, los múltiples cambios de vestuario, la puesta en escena: todo es tan grandioso como cabría esperar de un concierto de los londinenses, pero nada de eso tendría sentido si no fuera por las canciones (qué digo canciones: himnos) que ha firmado el dúo a lo largo de su fructífera carrera.
No sonó Left To My Own Devices, pero si lo hicieron Rent, Always On My Mind, o Suburbia, así que nada que objetar. Incluso temas que no son ni mucho menos mis favoritos de su repertorio (hablo de Domino Dancing, a la que tengo una cierta manía, o una Go West a la que nunca acabé de cogerle el punto) acabaron conmigo berreando sobre la valla como si no hubiera un mañana: me lo pasé pipa.

Phoenix
Phoenix // Foto: Isabel Cortés
Ahora sí, vamos con Phoenix, esa banda de Versalles de la que habíamos ya hablado para referirnos a su desconocida prehistoria o su último disco, y que prácticamente todo el mundo conoce por lo sucedido entre ambos hitos. Pero antes de que os cuente lo del momento en el que estuve entre las piernas de Thomas Mars, y no hablo metafóricamente, dejadme que os diga que los franceses dieron el energético concierto que todos estábamos esperando, convenciendo incluso (lo he leído por ahí) a aquellos que profesan poca simpatía por el fashion-pop de Thomas Mars y compañía.

Tiraron con inteligencia de hits in-fa-li-bles (Entertainment, Lisztomania, 1901 o S.O.S. In Bel Air), se permitieron el lujo de arriesgar con piezas poco festivaleras (Bankrupt o Love Like A Sunset) que acompañaban de un despliegue visual de gran elegancia, se acordaron de incluir la maravillosa Rome, tiraron de clásicos como Consolation Prizes o If I Ever Feel Better, y, ahora sí, me regalaron uno de los momentos musiqueros de los que más me voy a acordar en mi vida. Porque efectivamente: ha llegado el momento de hablar de aquella vez en la que (no hablo metafóricamente) estuve entre las piernas de Thomas Mars.

Sucedió durante la interpretación de Lasso. El espigado marido de Sofia Coppola se dejó llevar por la energía de este tercer single del fantabuloso Wolfang Amadeus Phoenix y se acercó a la valla donde los asistentes nos sacudíamos al ritmo excitado (“Where would you go / Where would you go with a lasso? / Could you run into, could you run into / Could you go and run into me?”) del estribillo.
No se conformó con vernos saltar como poseídos por el chispeante synth pop de la banda, el tío se subió sobre la valla con ayuda del personal de seguridad de su equipo, y se entregó encantado al delirio colectivo: puro entretenimiento. Y yo, pues hombre, me gustan mucho los Phoenix y tal, pero como que no me veía metiéndole mano a este señor. Sumadle a eso una connatural y velocísima capacidad para hacer el bobo, una tremenda elasticidad facial capaz de transformar mi sonrisa en la expresión de un lunático, y, lo más importante de todo, el feliz descubrimiento de una cámara de fotos apuntando, justo hacia nosotros, en el momento preciso.

Como una ola gigante, como un tsunami de tontunez y euforia como pocas veces se ha visto, ahí estaba, frente a mí, la ocasión de oro para hacerme una de esas fotos que uno no va a poder hacerse muchas veces en la vida…

Agradecimientos a toda esa gente estupenda que hace posible el festival, al equipo Helmet por sus fotos, y a mi querido J. por esta instantánea impagable de más abajo: en el lugar adecuado, en el momento exacto.

Phoenix
Entre las piernas de Thomas Mars (y no hablo metafóricamente)

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