El rock directo y auténtico del granadino José Ignacio Lapido regresó a la Sala Underground de Cartagena.
Una crónica de Chema Helmet
Quién: Jose Ignacio Lapido
Dónde: Underground (Cartagena)
Cuándo: 9 de febrero de 2007
En apenas un año la Sala Underground de Cartagena ha gozado con dos visitas de José Ignacio Lapido, y en ambas ocasiones los conciertos ofrecidos por Lapido y su banda han sido memorables, intensos y extensos.
Lapido es un artista fiel a sus principios, con una carrera impecable y que está escasamente reconocido por el respetable más allá de un puñado de fieles e incondicionales. Pero no es Lapido alguien que busque deliberada o explícitamente el reconocimiento masivo, y como buen fajador y profesional que es, cuando sube a un escenario en el que se encuentra cómodo se entrega hasta dar todo lo que lleva dentro.
La sombra de 091 es alargada, y los granadinos resulta que ahora se han convertido en grupo de culto e «imprescindible» cuando en su época (y como suele ser habitual en nuestra escena) fueron incomprensible y reiteradamente ninguneados.
El aura de «autenticidad» que ahora rodea a 091 supongo que al final beneficiará a Lapido y servirá para que más de uno tenga curiosidad por asistir al concierto de una de las más excelsas plumas que pueblan los parajes del rock peninsular, aunque luego ese público pueda salir decepcionado de que no haya tocado más canciones de «Los cero».
Pero afortunadamente para la generalidad del público, en un concierto de Lapido no hay espacio para la nostalgia ni la autoindulgencia. Y sí, en los bises se recuerdan tiempos pasados con Zapatos de piel de caimán o Qué fue del siglo veinte, porque tampoco es bueno olvidar dónde se asientan las raíces de uno.
Lapido y su banda (que estrenaba bajista) lo tienen claro: lo suyo es rock, rock directo y auténtico, un rock masculino y austero que funciona como un perfecto vehículo de expresión para las fabulosas canciones que salen del magín del granadino. El rock concebido como transmisor de emociones, como generador de sensaciones, como atizador de espíritus. Rock en sí y rock para sí.
Con una gran profesionalidad (son ya unos cuantos años en el negocio éste del rock…), y con estudiada seriedad, Lapido se pone al servicio de las canciones y huye de istracciones innecesarias, de detalles superfluos, de arreglos barrocos o sofisticados y deja que el potencial comunicativo de sus canciones fluya y se expanda con libertad. Y vaya que si lo consigue.
El cancionero de Lapido está trufado de piezas deslumbrantes, de declaraciones expresivas y sinceras, de sentimientos y de pasiones, de frustraciones y decepciones (Vivo exiliado en un bar / Donde el amor respira por sus heridas / Mi copa sabe esta noche a beso de despedida…)
La expresión precisa de sentimientos encontrados por las que todos hemos pasado alguna u otra vez es un motivo recurrente en el cancionero de Lapido, sirva como ejemplo la letra de ese himno al autoengaño que es Bellas mentiras (pasé mis mejores días cavando las trincheras / ondeando las bandera de la confusión / buceando a pulmón al fondo de la tristeza / deletreando a duras penas la palabra amor… Contándonos, contándonos bellas mentiras / fueron mis mejores días).
En los bises rescató Un hombre con suerte, una canción grabada con su antiguo grupo de los ochenta, y me resulta reconfortante comprobar que a pesar de los continuos reveses y de la indiferencia a la que es condenado por la industria discográfica, Lapido sigue sin perder su sentido del humor. Porque hay que tener mucha flema para ser Lapido y cantar aquello de: pensarás que aunque parezco un perdedor / soy un hombre con suerte.
Posdata: ¡Ah!, y por fin estaba en un concierto en el que se pueden escuchar las letras. Pues no sólo de canciones cantadas en guachi-guachi e inglés zarrapastroso vive el hombre.