Brillante sobre el mic

Quién: Fito Páez
Dónde: Teatro Moderno (San Pedro del Pinatar)
Cuándo: 6 de noviembre de 2003

Con puntualidad, vestido de blanco y con una enorme lágrima de sangre pegada en su camiseta, apareció Fito Páez sobre el escenario del Teatro Moderno. El Teatro no estaba lleno ni mucho menos, todo el público permanecía sentadito en su butaca (y sin poder beber ni fumar), había un ambiente de andar por casa ante el que exclamó el artista: «qué lindo, parece un living». Y como si estuviéramos en casa, disfrutamos de un soberbio concierto, protagonizado por un Fito Páez alegre, relajado y desenvuelto.
El de Rosario es un tremendo animal de escenario y un excelso compositor, respaldado en directo por una banda gloriosa en la que sobresale especialmente Guillermo Vadalá, un músico monumental («pilar musical de la nación argentina», Fito dixit).

Con todos estos elementos era difícil no acertar. Los grandes clásicos del repertorio fitopaeciano no faltaron a su cita. El público tuvo lo que quería, y pudo bailar y corear con Giros, 11 y 6, El chico de la tapa, Las tumbas de la gloria, Ciudad de pobres corazones, Yo vengo a ofrecer mi corazón, Circo beat, A rodar, Dar es dar y (of course), Mariposa Tecknicolor.
El repertorio también brindó sorpresas como el arranque del concierto con un tema de su discreto y tormentoso disco a medias con Sabina o las felices recuperaciones de Cadáver exquisito y de Brillante sobre el mic. Sin embargo, el olvidado de la noche fue el último trabajo de Fito Páez (Naturaleza sangre, 2003), del que sólo se tocaron cuatro temas.

El talentoso músico argentino Fito Páez y su potente banda dieron un glorioso concierto en el que cupieron todos sus éxitos

Y además de todo esto hubo tiempo para el tango, el blues, el jazz, Walk on the wild side, un Nocturno de Chopin, para Gonzalo Aloras cantando Si te enamoras, para el funk más aguerrido, o la fiereza roquera de Charly García (Cerca de la revolución).
El público apenas pudo permanecer sentado ante la avalancha de buenas canciones que se le venía encima desde el escenario, era imposible no arrancarse a bailar cada vez que Vadalá entraba a toda máquina con su bajo de cinco cuerdas o Aloras lanzaba uno de sus latigazos con la guitarra. Y por encima de todo y de todos Fito Páez, que pasaba de los teclados a la guitarra y vuelta a empezar, hacía las veces de alocado director de orquesta, daba un paso al frente para cantar y ofrecernos su corazón o tiraba su guitarra por los aires y se despedía de nosotros deseándonos «salud y amor, que el dinero va y viene». Colosal.

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