Christina Rosenvinge presenta en directo ‘la Joven Dolores’ y el mozo Pablo Maez nos lleva al huerto
Cuándo: Sábado 05 de marzo de 2011.
Dónde: Auditorio Víctor Villegas (Murcia).
Cuántos a cuánto: 2/3 de aforo a 15€.
Quiénes:
• Christina Rosenvinge: voz, teclado y guitarras
• Charlie Bautista: guitarra española y eléctrica
• Jesús Chumilla: bajo eléctrico y bajo acústico
• Gabriel Marijuan: batería
• Aurora Aroca: violoncelo, teclado y coros
Luciendo su habitual delgadez, ceñida de negro, con algo de cuero y el receptor de monitores en un brazalete-cinturón es como se nos presentó Christina Rosenvinge, la femme fatale más cuestionada del pop español. Rubia sí, pero malota e inconformista un rato. ¡Cómo para no serlo!
De sus trabajos durante las dos últimas décadas del siglo veinte parece no querer recordar ni un solo estribillo. De la trilogía anglosajona, ni un solo ruidillo sónico –aunque sus compañeros de escudería Two Dollar Guitar sigan siendo su trío favorito a la hora de entrar al estudio-. De su Verano fatal, no hace falta más que escuchar la estremecedora La Distancia adecuada para comprender este paso de página. Lo que queda pues, es suficiente para formar un repertorio coherente con su presente: todo lo de La joven Dolores (Warner music Spain, 2011), media docena de temas selectos de Tu labio superior (Warner music Spain, 2008) y A contrapelo del complementario Tu labio inferior.
«La compañía los cría y ellos se juntan» podríamos decir al descubrir que Maez, el último cantautor vencedor de las moribundas Cántigas de Mayo abre los conciertos de la Rosenvinge. Pero no hay más que escucharlo cantar en inglés para evitar malos pensamientos –seguro que en breve lo hará con la misma intensidad en su lengua materna-, en solitario, en trío –tal y como se presentó en Madrid o Murcia ejerciendo de telonero- o en banda, pues él asegura que de tal guisa gana mucho. La espontánea ovación recibida lo dijo todo. Su cálida voz y esos paisajes americanos que sus composiciones evocan resuenan una vez terminado todo.
Pero volviendo a la curtida Christina y a sus historias por desaparecer, soñar o volver a intentar vivir ya sea tirando del corazón, de los pasajes bíblicos, de la mitología griega, de las llamas del Windsor o de una curiosa fantasía por debutar como sufrida ama de casa, está segura de saber hilvanar letras y canciones. Así lo muestra, al principio con la guitarra a cuestas –que a pesar de los años aun no domina- después encandilando a un patio de butacas no completo sentada al piano, modosita y ofreciendo la mejor parte del concierto.
La huella de Benjamin Biolay se apreció mejor en la circunspecta Eclipse que en la Idiota en mi mayor, al final del primero de los dos bises que ofreció. La madrileña de rasgos nórdicos no va mal acompañada, pero la aportación del celo y los coros de la española de Boat Beam: Aurora Aroca continúa siendo lo más destacable en los músicos de Christina Rosenvinge.
Pero la señorita sabe marcar el paso –Anoche (el puñal y la memoria)-, jugar con quien la desee (o envidie) –Negro cinturón– y, lo que más importa, conmover.