El lado brillante de la luna

Roger Waters en concierto - Foto: deep_schismic

El legendario Roger Waters ofreció en el Palau Sant Jordi un intenso y espectacular concierto de tres horas basado principalmente en el repertorio de Pink Floyd.


Una crónica de Xavier Gaillard

Quién: Roger Waters
Dónde: Palau Sant Jordi (Barcelona)
Cuándo: 21 de abril de 2007

¡Bona nit! ¡Sou collonuts! ¡Visca Barcelona!, exclamó Roger Waters al terminar su concierto en el Palau Sant Jordi de Barcelona. Frases que probablemente lleva ensayando todo el día… Y desaparece. Pero las dice bien, y el Palau se viene abajo con aplausos. En efecto, esto es música.
Esto es Pink Floyd. No tiene sentido discutir la calidad de las canciones. Tampoco cuestionar la interpretación, pues la banda las plasma notablemente. Cada persona habrá disfrutado unos momentos más que otros, pero lo vivido, como una unidad, ha sido simplemente genuino.

Quizás la propuesta sea demasiado artificiosa, muy prefabricada, sobrecargada, sin factor sorpresa -pero la verdad es que Waters no ha venido a dar un mero concierto. Es más bien toda una experiencia, casi tres horas de mirar atrás y de re-visitar una música que ha conseguido perdurar en el tiempo, una celebración.
Puede que Waters y su grupo no sean Pink Floyd -aunque indudablemente son la mejor banda de versiones de Pink Floyd que hay sobre la faz de la tierra. Teniendo esto en mente, a continuación intentaré explicar el memorable viaje a este universo musical único -multicolor, multisonoro, inevitablemente nostálgico.

Tres horas antes de empezar el concierto, los alrededores del Palau Sant Jordi están ya saturados de gente. Personas de edades muy dispares, de distintos lugares del país (pues esta es la única fecha del artista en España), con camisetas floydescas de todo tipo, algunas de ellas compradas a los muchos vendedores no oficiales que hay desperdigados por la zona. Cerca de las taquillas, los habituales gritos de «compro/vendo/cerveza fría». Las entradas están agotadas desde hace días, hecho que refuerza los negocios extra-oficiales.

Delante de las puertas del recinto se apalancan un conjunto de fans, bajo una notable solana. Y mientras, del interior del Palau se puede oír un misterioso ensayo de Mother. El interior no tardará en abarrotarse. Lo más impactante es la macropantalla instalada detrás del escenario (flanqueada por las obligatorias pantallas que mostrarán en detalle la acción), donde aparece una imagen bastante estática en la cual se puede observar una vieja radio, rodeada de una maqueta de avión, un cenicero y una botella de licor medio llena. Será una visión recurrente a lo largo del espectáculo, un vínculo.

A partir de la evolución de las imágenes, Waters y compañía han preparado una suerte de concierto-conceptual guiado por un hilo narrativo, aunque éste sea más emocional que no argumental. Así pues, podemos ver como una mano desconocida enciende un cigarrillo, llena el vaso y va cambiando de emisora. Nos permite escuchar clásicos como Hound Dog, Johnny B. Goode o We’ll Meet Again (canción íntimamente relacionada con Pink Floyd), pero graciosamente se niega a tragarse Dancing Queen.

Pronto el tabaco se consume, el licor se acaba, llega el momento de empezar: los once miembros de la banda asaltan el escenario, Waters reluciente bajo un foco. Sin dilación alguna, explotan con In the Flesh, pirotecnia a sus espaldas incluida. El poderoso inicio ya convence a la mayoría de los presentes; las canciones que seguirán las experimentaremos como entidades individuales, cada una con su propio universo, gracias al notable montaje audiovisual.

De este modo, surge la melancolía cuando Waters se hace con una guitarra acústica para cantar Mother; la añoranza se apodera de los presentes cuando empieza Set the Controls for the Heart of the Sun, una de las primeras piezas de Pink Floyd. Aparecen psicodélicas paranoias y surrealistas fotografías de la banda en sus primeros tiempos, caen burbujas desde las alturas. Sigue la nostalgia cuando se oyen las primeras notas de guitarra de la sideral Shine on You Crazy Diamond, que el bajista floydiano escribió basándose en Syd Barrett.

Por supuesto el centro de atención no es siempre Waters: Dave Kilminster, Snowy White y el veterano Andy Fairweather-Low, en las guitarras, captan gran parte de la atención, especialmente en piezas repletas de solos. Todos los músicos tendrán sus momentos estelares, durante los cuales Waters se mostrará bastante activo, paseando por los extremos del escenario, animando al público. La roquera Have a Cigar se complementa con dinámicas escenas urbanas -tanto las imágenes como la música acaban bruscamente, como sucede en el álbum Wish You Were Here: reaparece la radio, y la mano
calmadamente gira el dial para dar paso a la canción que da título a dichoálbum, entre los intensos aplausos. El público repasa las letras que salen de los labios de Waters (emulando la voz de Dave Gilmour): so, so you think you can tell heaven from hell, blue skies from pain…

Finalmente, el bajista dedica un tiempo a su obra en solitario -menos conocida, sin duda alguna, pero donde él asume una dosis mayor de protagonismo. Sentado en un taburete, guitarra en mano, en ambiente intimista, interpreta Southampton Dock, pieza que cuenta con substancial colaboración de las voces corales provistas por el veterano trío integrado por Katie Kissoon, P.P. Arnold y Carol Kenyon. Repentinamente, un astronauta inflable se pasea por encima de las cabezas de los presentes: complementa las imágenes espaciales que ilustran la conmovedora Perfect Sense.
Waters, librado de instrumento alguno, saca a relucir su lado más pintoresco cuando simula estar navegando el submarino mencionado en las letras de la canción. Una explosión debajo de la pantalla genera un sobresalto general -todo vale para el espectáculo. La pantalla se sume en negro, Waters intenta hablar pero los aplausos tardan en dejarle hacerse entender. Cuenta que nos va a ofrecer una canción nueva, Leaving Beirut, sobre su estancia con una familia árabe en el Líbano. Declaraciones emotivas del artista a las que por supuesto el público responde con entusiasmo. La composición es larga, de unos ocho minutos, y explica vagamente los pensamientos de un joven al ver la amabilidad de unos extraños totales -el acompañamiento visual, una serie de escenas de un cómic que narran los hechos, ayuda a la comprensión de la historia. Quizás se pueda dudar un poco de la facilidad y sentimentalismo de las letras, pero la pieza contiene una sobresaliente actuación de clarinete por parte de Ian Ritchie.

Los diez minutos que prosiguen son probablemente de los más intensos: la banda interpreta Sheep bajo una preciosa lluvia de papelitos verdes. Y entre la tormenta, liberan al famoso cerdo (de la portada de Animals). La pintoresca bestia inflable surca las alturas del Palau; en su sintética piel se pueden leer mensajes de todo tipo -una flecha indicando el «asshole» del cerdo: «Habeas Corpus Matters», «Kafka Rules!», «Bush Pig». Con el porcino volando por ahí, Waters y compañía culminan la canción con literales llamaradas creciendo a sus espaldas. Al terminar, Waters se aproxima al micrófono. Nos anuncia que se van a tomar un descanso de quince minutos y que volverán para tocar Dark Side of the Moon. ¡Y lo dice tan tranquilo!

Roger Waters en concierto - Foto: deep_schismic
Durante la pausa la gente va arriba y abajo, mientras en la pantalla aparece la luna, alejada. A medida que pasan los minutos, va creciendo, hasta llegar a dimensiones notables. Se apagan las luces, la banda vuelve sobre el escenario. La luna resplandece sobre la audiencia: lentamente, un satélite la rodea, se aproxima hacia la pantalla… Y el grupo estalla con la acompasada Breathe, Kilminster tomando el relevo de Dave Gilmour en la voz. Y como ha prometido Waters, se tocan el álbum entero.

La aventura psicotrópica de On the Run, con haces luminosos que recuerdan vagamente a 2001, da paso a Time, con el percusionista Graham Broad luciéndose en medio del tic-tac ominoso que desprende la canción. El hijo de Roger, Harry Waters, en los teclados, domina la primera parte de The Great Gig in the Sky, aunque la protagonista total es Carol Kenyon y su potente voz. La intensa Money, con un vinilo verdoso substituyendo a la luna, proporciona uno de los jams más memorables de la noche. Brillan los solos de saxo en Us and Them, canción con un significado más que relevante hoy día, con algunas imágenes de George W. Bush apareciendo explícitamente dentro de la luna, ahora roja. El asunto culmina con Brain Damage, cápsulas de soma dando vueltas por la pantalla, todo el mundo coreando «and if your head explodes with dark forbodings too / I’ll see you on the dark side of the moon!». Colgando del techo hay una impresionante
pirámide luminosa, rotando, con el haz de luz blanco atravesándola y transformándose en un arco iris multicolor –una emulación gigante del prisma reflectante que aparece en la portada del disco.

Al acabar el álbum, Waters y compañía saludan respetuosamente, dan las gracias, y se van. Por supuesto, no engañan a nadie, van a volver en cuestión de minutos, los espectadores alabando, gritando «¡Waters! ¡Waters!». Reocupan sus posiciones, el líder presenta a los diversos integrantes de la banda.

Regresa la imagen de la radio, pero pronto desaparece para dar paso al sonido de un helicóptero… Sin duda alguna, Another Brick in the Wall es la canción con más compenetración por parte del público: las pantallas muestran por vez primera a la gente cantando, alucinando. Waters va arriba y abajo, dándole a su instrumento, gesticulando la letra, moderadamente hiperactivo, delante de fotografías de murallas y bajo las voces pregrabadas de los niños que corean el estribillo.
Continúan con más material de The Wall: Vera, Bring the Boys Back Home, con explosiones pirotécnicas y un Waters al límite de su voz. El final no podría ser otro que Comfortably Numb, con Jon Carin recitando el verso.

Se nos aclara la identidad de la mano que manejaba la radio. Las imágenes de la pantalla capturan perfectamente la atmósfera de la canción. Un joven, cómodamente aturdido, observa su existencia, en su habitación, la guitarra por ahí tirada, humo proveniente de su cigarrillo, un rollo de cinta dando vueltas sin parar, tirado en la cama, mirando hacia la infinidad del techo, consumiendo alguna hierba, reflexionando sobre el hecho de estar allí: there is no pain, you are receding… a distant ships smoke on the horizon…you are only coming through in waves… your lips move but I cant hear what youre saying… when I was a child I caught a fleeting glimpse, out of the corner of my eye… I turned to look but it was gone… I cannot put my finger on it now… the child is grown, the dream is gone… I have become comfortably numb… Es la culminación del universo floydiano, un final natural a la muestra del genio de Roger Waters.

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