Los auténticos chicos de la playa celebraron sus bodas de oro, festivalesdepop.com estuvo allí.
Que el quincuagésimo aniversario de cualquier artista pueda celebrarse en vivo no es algo tan extraño, pero asistir a la puesta en directo de su obra sí suele ser algo menos frecuente. Cuando además el resultado es mucho más que honroso, más difícil todavía. Y si el (auto)homenajeado en cuestión es de la talla de unos Rolling Stones -con idéntica efemérides por estos días- o The Beatles -de imposible reunión desde hace bastantes años- el asunto se vuelve mayúsculo e imprescindible.
Pues este es el caso de The Beach Boys, la banda americana que llevó al podio de la música pop anglosajona un cantante, músico, compositor, productor y arreglista llamado Brian Wilson -el mismo que aleccionó, en el décimo FIB, a unas cuantas generaciones mucho más jóvenes-. El genio que vuelve a sentarse ante un imponente piano de cola blanco y participa en una gira mundial junto a su primo Mike Love (voz principal y pandereta) -el líder ininterrumpido de los (no tan) chicos playeros-, a su segundo sustituto Bruce Johnston (sintetizador Korg Triton Extreme), a su mejor amigo Alan Jardine (guitarra Fender Stratocaster) y a su vecino de juventud David Marks (guitarra Fender Jaguar). Los cinco supervivientes -Dennis & Carl RIP- que giran sin edad que los detenga, junto a otros nueve musicazos, como son: los guitarristas y directores musicales Jeffrey Foskett y Scott Totten -escuderos de Wilson y Love respectivamente-, el baterista John Cowsill, los vientos de Paul von Mertens, el órgano de Scott Bennett, la percusión de Nelson Bragg y The Wondermints: Darian Sahanaja a los teclados, Nick Walusko a la guitarra rítmica y Mike d’Amico al bajo eléctrico. Demostrando saber de delicados arreglos musicales ¡Y todos! haciendo las maravillosas y características armonías vocales.
Por ello, podríamos dividir el escenario en tres focos de atención: el de los melómanos proyectando su admiración hacia la figura aparentemente inexpresiva e inmóvil del fundamental (aunque enfermo) Brian Wilson; la del aficionado sumergido en las olas que levantó semejante grupo de músicos, sonando y cantando a un gran nivel de ensayo tan poco habitual; y la del profano siguiendo a un embaucador y simpático galán -pues sin duda lo tuvo que ser en su juventud- llamado Mike Love, que a sus setenta y un años sigue mostrándose enérgico y como auténtica imagen de The Beach Boys.
En modo Ramones nos despacharon más de cuarenta éxitos en dos horas y poco de concierto. Como no podía ser de otra manera comenzaron por Do it again y concluyeron con Fun, fun, fun, pues acertadamente no hay mejor adjetivo que divertido para describir un concierto tan histórico. Centrándose en los álbumes Surfer girl y The Beach Boys today! y algo menos en Shut down volume 2, Summer days (and summer nights!!) o, por supuesto, su obra maestra Pet sounds -tal como era previsible tres cuartas partes del repertorio fueron rescatadas de los sesenta, los años en Capitol-.
Por echar de menos en su larga historial discográfico -con treinta álbumes de estudio- podríamos apuntar a aquella primera composición titulada simplemente Surfin’ aunque sí sonaron las dos caras del sencillo que supuso su debut a ambos lados del Atlántico: Surfin’ safari y 409. Como también lo hicieron Sloop John B -canción adaptada de la tradición caribeña por unos seminales Carl and the Passions-; Heroes and villains -primer sencillo para Brothers records compuesto junto a Van Dyke Parks para el, hasta ahora, inacabado SMiLE-; Surfin’ USA -que los catapultó al top 5- y ¡Cómo no! Good Vibrations -de las sesiones para Pet Sounds y que finalmente se publicó directo al número 1 en Smiley smile con la producción de The Beach Boys no de Brian Wilson- o Kokomo-la vuelta a la primera posición en listas tras veintidós años y banda sonora de la película Cocktail, aunque más tarde apareció en Still Cruisin el último disco con Brian hasta la fecha-.
Como todos los grupos importantes en la historia del pop-rock, The Beach Boys no tuvieron problemas en versionar algunos éxitos ajenos, demostrando con ello las influencias heredadas, como el caso de las canciones también interpretadas en esta vuelta a los escenarios: Then I kissed her (the Crystals), Come go with me (the Del-Vikings), Why do fools fall in love (Frankie Lymon & the Teenagers), Cotton fields (LeadBelly), California dreamin’ (the Mamas & the Papas), Rock and roll music (Chuck Berry), Barbara Ann (the Regents), Do you wanna dance? (Bobby Freeman).
Pero lo paradójico de la primera fecha europea de las cincuenta actuaciones previstas con las que The Beach Boys celebran semejante reunión y que justifican la presentación de su último trabajo That’s Why God Made the Radio (del que solo tocaron la canción homónima y primero con material nuevo desde hace dos décadas) -en el que Brian Wilson vuelve a ejercer como productor-, no es que se hiciese en nuestro país -en el que las administraciones regionales siguen apostando por esta fórmula para atraer turismo, al mismo tiempo que el gobierno nacional dificulta los mismos espectáculos en directo gravándoles con más impuestos- sino el espacio elegido: un pequeño valle en medio de la Sierra de Gredos.
Con una temperatura nocturna que exigía suficiente abrigo para no helarse bailando a ritmo de surf, fue curioso experimentar el comentario común de algunos residentes y hosteleros de los alrededores a Hoyos del Espino (Ávila), que justificaban la relativa poca asistencia «…es que este año el cartel no era tan atractivo», acostumbrados a ver en el singular escenario de Músicos en la Naturaleza a Sting, Dolores O’Riordan con Pet Shop Boys, Bob Dylan con Amaral, Miguel Ríos con amigos, Mark Knopfler, Sabina con Calamaro y «deseando que en 2013 actúe… Maná» (sic)-.
Es síntoma del cierto desconocimiento musical que en España tenemos hacia The Beach Boys (entre muchos otros), el grupo estadounidense de mayor éxito de crítica y público en EE.UU. Sin duda, parte (in)consciente en la banda sonora de cualquier amante a la buena música y uno de los mayores legados aún vivos y coleando. Todo un placer al que asistieron Los Secretos como teloneros y las vacas de la raza avileña negra ibérica perdiendo horas de descanso libres entre sus pastos.