Partiendo de que un festival cualquiera de música no es solamente esto, intentaré mostrar un análisis de lo experimentado exclusivamente relacionado a lo musical. Si bien es cierto que para aguantar cualquier jornada maratoniana, un mortal requiere de sus momentos de esparcimiento y desconexión -si lo que se pretende es estar en plenas facultades de atención y análisis ante las propuestas ofertadas-.
Cuando un evento llega a su quinta edición se podría decir de él que ya está consolidado, aunque esto no le asegure vida eterna, patente de corso o un interés creciente. Ante la adversidad debería aflorar el ingenio y no el lamento, pero bien es cierto que de donde no ha habido tampoco es que se pueda sacar mucho. Mediocridad y diversión a partes iguales, o sea, más de lo mismo.
La common people vs el público sensible
Centrándonos en la primera jornada del SOS 4.8: a priori la noche de Pulp con letras mayúsculas, si no fuera porque la banda de Jarvis Cocker -¡Sí, uno de los mejores frontman del britpop!- llegaba ‘de vuelta’ en su regreso -bien es sabido que las reuniones por conveniencia pueden tener su impacto en las primeras citas, véase Primavera Sound 2011, pero no al borde de una nueva anunciada disolución-.
A los fans seguramente les pareció un concierto magnífico, a los que no, simplemente aburrido con tres momentos ‘Do you remember the first time’ (inicio), ‘Disco 2000’ (meridiano) y ‘Common people’ (despedida). Agradecidos de ello debieron estarles The Leadings que tuvieron cierto público.
Ese viernes lo abrió en el escenario secundario, la banda local Perro con suficiente audiencia para no sentirse desmoralizados, pese a su sonido rabioso y voz a puro ladrido. Apuesta murciana con futuro.
Tras ellos tocaron, sus paisanos, Analogic. Grupo que en muy poco tiempo aspiran a ser tarareados, estandarizando su sonido tras los pasos de unos estancados Second.
Por el escenario principal pasaron otros tres nombres con cierto interés.
El dúo guitarrero The Kills, con una impresionante mujer roquera a la voz y el marido de la díscola top model Kate Moss a su flanco. La luz del día aún permitía certificar desde primeras filas la actitud malota de la bella Alison Mosshart y los flecos horteras en la chupa de su compañero. La pareja se hizo acompañar de 4 vistosos percusionistas sincopados y coreografiados durante todo el concierto y de un par de coristas durante solo tres temas. Sexualidad y recursos humanos sobrados, pero tras la ilusión ¿Quién recuerda su música?.
Las esperanzas bailables en el disco debut de Friendly Fires tampoco fueron correspondidas, ni siquiera bajo la incidencia de los focos -obligada posición si se quería apreciar el sonido inalcanzable a cierta distancia-. A estas alturas, se pudo corroborar que Gossip han perdido ese toque macarra que los hizo famosos y dudo que a alguien satisfaga este hecho. Ni incluso a la propia banda, que parece servir de manto discoteqero al poderío vocal de la inmensa Beth Ditto. Sin embargo, sí que estuvieron simpáticos los continuos guiños a clásicos como ‘War pigs’ de Black Sabbath, ‘Psycho killer’ de Talking Heads, ‘Smells like teen spirit’ de Nirvana o el numerito final entre el público a capela homenajeando a Whitney Houston.
Por otro lado, las propuestas del auditorio suelen ser más agradecidas. Que se lo pregunten si no al público que lo llenó para corear, bailar y vitorear al desubicado y necesario Kiko Veneno que, sin mostrar nada especial, despertó las sonrisas y ganas de festejar de una manera excepcional. Algo análogo a lo que sucedió tempranamente con el concierto más disfrutable e incomprendido a partes iguales: Magnetic Fields. El combo-comuna de Stephin Merritt se presentó de estar por casa. Naturalmente folkies, eminentemente melódicos e inteligentemente irónicos, ofreciendo a su ritmo un bonito repertorio con breves canciones marca de la casa e interpretadas con toda su esencia acústica: piano de cola, ukelele, guitarra acústica (con E-bow en la sutil ‘the Book of love’ de su mejor disco), violonchelo, teclado de fuelle, melódica y hasta cinco kazoos (en la impactante ‘The Horrible party’ de su último trabajo), austeridad no comprendida por gente con ganas de marcha. Ideal para el público sensible.
El sacrificio del cerdo y las ganas de diversión
El segundo día, para un servidor, atardeció con un Parade desinhibido y bailongo, tocando contra la adversidad que lo eclipsaba desde el equipo de audio mayor. Fruto de los guitarrazos de la joven banda Yuck, que con una actitud de no tener nada que demostrar consiguieron hacer que muchos espectadores vieran en ellos lo más revelador del festival -¿Ausencia de suficiente competencia?-. Los valiosos Antonia Font tuvieron que rivalizar con el prestigio justificado de un creíble Bigott, potente, bailable y contagioso. Aunque no lo suficiente como para dejar pasar la ocasión de descubrir en directo el último proyecto del genial Matthew Herbert ‘One pig’.
El escenario del auditorio se convirtió por una hora y media en una aséptica pocilga-matadero-cocina-banquete. Cuatro jiferos con bata blanca provocando el engorde durante seis meses del cerdo en cuestión (escenificado por un quinto músico). Todo esto, por obra y arte del macrocéfalo inquieto e inteligente al mando de las mezclas y simulado por una performance electrónica con percusión, teclados y generador de drones. Más una especie de ring, en el que los tensores manipulados modulan las frecuencias creando el polémico ambiente pretendido por Mr. Herbert.
De vuelta al exterior los escoceses Mogwai demostraron que lo suyo sigue siendo crear atmósferas, cada vez más técnicos y menos fieros, pero que sin duda necesitan de un mayor volumen y menor cansancio para llegar a meter a cualquiera en su historia. Por otro lado los irlandeses Delorentos no resultaron nada nuevos, aunque todo el mundo celebrase el tema utilizado en el anuncio promocional del patrocinador y tocaran en último lugar su certero ‘Did we ever really try’.
El espectáculo de The Flaming Lips –cabeza de cartel por méritos propios- era de obligada visualización, a la par que prescindible. Esta contrariedad está justificada entre aquellos que no lo hubieran visto nunca y los que sí han experimentado su show en diversas ocasiones. El vivaz y cercano Wayne Coyne hace que su banda celebre estar viva cada vez que se muestra en medio de un festival. Prácticamente se pasan casi más tiempo ultimando los preparativos que tocando, para que en los temazos -casi siempre los mismos- vuelen los globos de colores, los confetis y serpentinas, los rayos láser y otros efectos tradicionales incuestionablemente llamativos. En escena: psicodelia con carga sexual y apariencia infantil, figurantes disfrazados –para esta ocasión de los personajes del Mago de Oz-, manos gigantes luminosas, guitarras customizadas y megáfonos inaudibles. Una divertida locura marciana made in Oklahoma.
Con muchísimos menos medios, pero idéntica pasión por hacer sonreír y bailar, Guille Milkyway presentó a La Casa Azul más cibernética hasta la fecha, rodeado por varios monitores perfectamente sincronizados y acompañado por una aséptica pareja de cyborgs conforma un repertorio vistosísimo, cantable e irremediablemente bailable. Capaz de competir contra la banda indie de los últimos años: Love Of Lesbian.
Los brasileños Cansei de Ser Sexy cumplieron a la perfección como enérgico cierre canalla, hasta llegar a las cinco de la madrugada y el espacio llamado SOS Club, sin duda, tuvo interesantes sesiones de DJs durante ambos días. Pero uno tiene sus limitaciones y por esta ocasión no podría entrar a valorarlo merecidamente, al igual que la ausencia de escenarios u atracciones menores que pudieran completar la oferta o amenizar las esperas.
Pero como bien reza el lema, se va por la música y se vuelve por la gente (el bajo precio y el buen clima).